Por Fermín Solana
13 Set 2019
Thiago

Sobre cómo la entrada de Thiago Vecino en el clásico renovó la ilusión de la hinchada.

Los que estuvimos en el Centenario el domingo pasado sabemos que algo especial pasó en el minuto 22 del clásico. Se dio justo cuando todas las coordenadas nos llevaban a pensar que se nos venía la noche. Es que hasta ahí, Nacional no jugaba bien. Se veía superado en el medio de la cancha, falto de juego asociado y, para colmo, parecía sentirse claramente desfavorecido por la suerte… como engualichado.

Toda sensación de adversidad macro pareció llegar a su cénit cuando nuestro jugador capitán y símbolo se tocó el gemelo y pidió el cambio. Si en lo previo muchos habíamos llegado a pensar que nuestro poderío para esa tarde consistía en “Bergessio y 10 más”, en ese momento y por cuestión de segundos, avizoramos la debacle; una que para el Bolso esa tarde podía tener forma hasta de empate.

Pero de golpe, y a nivel anímico de la multitud, se produjo un giro que nos sacó del mal trance. Fue cuando nos rescatamos de que el que iba a entrar por Bergessio era nada más ni nada menos que Vecino, que era el cambio cantado, pero en el cual todavía no habíamos podido pensar, producto del fastidio. Ese fastidio que arrastrábamos por los resultados, pero también debido a la seguidilla de lesiones de jugadores claves en los momentos menos oportunos del año, mismo la del propio Vecino, al cual todos imaginamos titular en el clásico después de su debut con gol contra River Plate.

Cuando el pibe se paró en el lateral de la cancha para entrar las tres tribunas explotaron al unísono en una arenga pocas veces vista para un juvenil, me animaría a decir que para un jugador proveniente del banco de suplentes, sin importar su edad. No fue algo coordinado, no hubo un canto de “olé olé olé... Thiago Thiago”. Fueron todos y todas las hinchas gritándole desacatadamente su apoyo a la vez, con la esperanza a flor de piel, rugiendo desde el cemento. El árbitro dio la orden, entró trotando al campo de juego y el Centenario se vino abajo.

Es inevitable ponerse en el lugar de Vecino. Puede haber diversas maneras de reaccionar a algo así, de absorber semejante cariño que perfectamente y en muchos casos podría trasmutar a presión. Sabemos lo que pasó en la cancha. El jugador contagió no solo a la tribuna, sino a todo el equipo y un percance deportivo se convirtió en un extra. Nos fortaleció. No hizo goles, pero hizo mucho más que eso, logró suplir a nivel anímico al jugador más experiente y temperamental del equipo y empujar al mismo hacia adelante para lograr una goleada más que necesaria para todo el club.

Un club del que Vecino parece ser de los “productos” más genuinos, siguiendo desde niño la carrera más larga que un jugador haya tenido en formativas, con impresionantes números que no hacen más que esperanzar al público, pero sobre todo con un ángel que parece no tener límites y en apenas dos presentaciones en primera división ya empezó a hacer historia.       

Fermín Solana




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