Por as.com
22 Abr 2014
artime

“Soy un profesional, podría haber jugado en Boca. Al único equipo al que nunca iría sería a Peñarol. Me siento muy identificado con Nacional".

Frase de Luis Artime. Clara, letal, terminante, como era él en la cancha. Compartimos nota sobre "el Artillero" publicada en la web española as.com.

Luis Artime: el delantero que vendía goles

La fama de goleador de Luis Artime llegó a España y AS Color le dedicó un reportaje calificándole como el mejor artillero de América.

Goleador nato. Luis Artime fue cuatro veces pichichi en Argentina, tres en Uruguay, máximo artillero de la Copa América de 1967 y de la Copa Libertadores de 1971.

Le llamaban ‘Luisito’ y poseía esa cualidad innata del fútbol que sólo tienen los elegidos de su posición. Aquella que no recogen los manuales de técnica. La suerte suprema: el gol. Le acusaban de ser desgarbado, le tildaban de torpe, le achacaban que no divertía al espectador y que la técnica nunca fue amiga suya. Él sabía todo esto. Él se reía de todos ellos. “Siempre acabo siendo la solución en todos los equipos”. Así se reconocía Luis Artime, una fábrica inacabable de goles. ‘La Fiera’ o ‘El diente’ le apodaban. Uno de los mejores sudamericanos del siglo XX.

Si miran los datos de sus temporadas en Independiente, en River Plate, en Palmeiras no encontrarán a otro delantero de su misma liga que marcará más goles que este argentino. Paseó su artillería pesada por todo el continente y destrozó redes en los tres países campeones del mundo de Sudamérica: Argentina, Brasil y Uruguay. Cuatro veces pichichi de Argentina, otras tres del campeonato uruguayo, máximo goleador de la Copa América de 1967 y mejor delantero de la Copa Libertadores de 1971.

La suya es una historia de quien supo hacer del área rival su hábitat natural. Tan cómodo se sentía en esa parcela, con tanta naturalidad se desenvolvía en esa zona, que no existían para él los balones sueltos. Pelota que rondaba por el área, pelota que besaba las mallas. Si marcaba, era su trabajo. Si se iba de vacío, defraudaba. “Me apasiona el área, basta decir que no le tengo miedo a las patadas. Yo tengo una obligación con el fútbol. Oler los goles y concretarlos”. También llegó a reconocer una de sus peculiaridades: “Una parte del secreto era mi forma de golpear, el portero nunca sabía donde podía ir el balón. Cuando pateaba de cerca, sabía que sería gol, pero nunca podía decir dónde iría la pelota”.

Si el fútbol es un estado de ánimo, el goleador con confianza se convierte en el jugador más temible. Artime ya demostró en AS Color, en la década de los 70, su consolidada autoestima: “Sé que soy un hombre que encuentra rápidamente trabajo. Tengo agallas. Nunca firmaría un contrato por más de un año. No quiero arriesgar mi fama ni defraudar a nadie. Yo sé que vendo goles”. Tanto respeto sentía por su oficio que no le temblaban las piernas a la hora de profanar la portería de Racing de Avellaneda, el equipo de quien se enamoró de pequeño. Soñaba con ser como su ídolo, Rubén Bravo, y acabó siendo el verdugo de su amado equipo, al que hizo 16 goles. Tres de ellos en una humillación de River a Racing, al que le endosó un 6-2. También le castigó con otro hat-trick con Atlanta, en sólo once minutos y cuando su equipo perdía 1-3 a falta de un cuarto de hora para el final.

Reconocido goleador (“lo era desde que jugaba en el baby fútbol, ya en el potrero me gustaba hacer goles”), con 20 años debutó en Primera División en el Atlanta. “Mi lanzamiento a lo que después fui. Era un equipazo. En Buenos Aires encontré gente hermosa que me ayudó a adaptarme. Me abrió las puertas de la selección”. Allí comenzó su gran amistad con Carlos Timoteo Griguol. En cuatro años allí empezó a jalonarse una fama de cañonero implacable que le llevó a River Plate, previo pago de 15 millones de pesos y tres jugadores. Con la franja roja salió goleador en 1962 y 63. En tres años marcó 71 goles, cuatro de ellos a Boca. “Me enloquecía jugar en La Bombonera”. Tras recuperarse de una lesión de tobillo, formó parte de uno de los mejores Independientes de la historia, con quien campeonó en 1967 y fue también fue máximo goleador en otras dos ligas.

En Brasil jugó poco (también estuvo en España un año, en 1965, en el Jaén), pero en Uruguay es un héroe. La hinchada de Nacional todavía le idolatra. Durante tres temporadas consecutivas levantó con una mano el trofeo de campeón de liga mientras que con la otra alzaba el de máximo goleador. También extendió su hegemonía por el mundo al ganar la Copa Libertadores y la Intercontinental en 1971. “Soy un profesional, podría haber jugado en Boca. Al único equipo al que nunca iría sería a Peñarol. Me siento muy identificado con Nacional. Gané allí las cosas más importantes de mi vida. Hasta fui campeón del mundo”. Para la historia quedó su triplete ante el equipo carbonero en Copa Libertadores, en 1972. Los tres tantos los marcó de cabeza.

La camiseta albiceleste no le arrugó. En ocho años jugó 25 partidos y firmó 24 goles para rubricar un espectacular promedio. Iribar seguro que le recuerda. En el Mundial de 1966, en Inglaterra, el jefe de la delantera de Argentina le hizo dos goles. Un campeonato en el que en cuatro partidos le dio tiempo a marcar tres dianas y cayó eliminado en cuartos de final. Artime, como casi toda Argentina, continúa convencido de que podrían haber llegado a semifinales de no haber mediado la actuación del árbitro alemán Rudolf Kreitlen ante Inglaterra, en uno de los partidos más polémicos de la historia de los Mundiales.

Del seleccionador argentino, en aquella época el ‘Toto’ Lorenzo, Artime, que no se casaba con nadie, opinaba esto: “La selección del 66 era un equipo bárbaro que pudo superar la desorganización de la época y que encima tuvo que lidiar con muchas disparatadas decisiones de Lorenzo. Nos hizo jugar partidos increíbles de preparación contra obreros y oficinistas”.

Su fuerte carácter también truncó su corta carrera como entrenador. A finales de 1979, como director técnico del Atlanta, se enfrentó a lo que se conoció como “el cuadrangular de la muerte” para determinar el descenso junto a Platense, Gimnasia y Chacarita. Artime descendió, pero antes quiso denunciar públicamente la utilización de sustancias dopantes y prohibidas en el fútbol argentino. También arremetió contra otras irregularidades y contra la violencia de los barrabravas que alejó del fútbol a las familias. No volvió a dirigir, pero un año después Julio Grondona institucionalizó los controles antidoping. Su figura cayó al ostracismo futbolístico y se dedicó a ser empresario. “Lo pagué muy caro”. Su hijo también fue delantero, marcó goles para Belgrano, aunque carece del instinto depredador del padre.

Un futbolista inolvidable para mucha gente. El periodista Carlos Badano lo definió así: “Un nombre que hizo sacudir páginas enteras. Que marcó a fuego un ciclo, una historia. Y que es espejo para tantos muchachos. Pescador mágico de redes incrustadas de goles. Frío, de pique electrizante, casi infalible, en esa pasión capaz de hacer explotar a un estadio y aprisionar el grito incomparable de gol, porque es la máxima expresión del fútbol. Persona sencilla, seria, responsable, honesta e inteligente. Al que nunca lo marearon ni los elogios ni las fotografías”.

“Escucho que el gol es cuestión de suerte. Me hace gracia. ¡Al gol hay que ir a buscarlo! Mi mayor virtud fue adelantarme siempre a la jugada, llegar un segundo antes que mi marcador y después saber definir. Era intuitivo, tenía la varita mágica de ser el goleador. Tuve la fortuna de ser quien se queda con toda la gloria, al ser el último que tocaba la pelota. Fui un oportunista, un afortunado”. Palabra del rey del gol, quien dejó el fútbol en 1974 tras marcar 302 goles oficiales. “Nunca me interesó la cifra exacta. Eso sí, me alegraban tanto que festejaba con intensidad hasta los tantos de los entrenamientos. Mis compañeros me decían que estaba loco”. Y sí, Luis Artime era un auténtico, reconocido y admirable loco que vendía goles al equipo para el que jugaba.





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