Por Jorge Baldino
21 Jun 2020
Abdón
Porte
Enganche

Desde Argentina, el periodista Jorge Baldino escribe sobre la historia de Abdón Porte para el medio digital Enganche.

Su leyenda tiene más de 100 años. Su pasión por el club Nacional de Football fue tan intenso como desmedido. El amor por esos colores lo llevó a tomar la decisión más trágica de su vida. Desde Horacio Quiroga hasta Eduardo Galeano escribieron sobre él. Se convirtió en mito, bandera y tribuna.

Hay amores que nacen sin ser buscados, simplemente brotan, germinan. Hay amores que quedan marcados, que se escriben con tinta indeleble, que son imposibles de borrar. Hay algunos que no se parecen a ningún amor: son únicos, profundos; no tienen explicación, solo pueden sentirse en el alma. Están los que son de sentimientos genuinos, puros, ingenuos. Y claro, también hay otros que duelen, lastiman, oprimen el pecho hasta estrujar al corazón. Amores que no conocen de lógica, de razón. Hay de los trágicos, de los fatales. Es infinita la cantidad de amores que pueden caber en un solo amor.

Tal vez a través de las frases de la canción “Historia de un amor”, hermoso bolero escrito por Carlos Eleta Almarán (popularizado en la magnífica voz de Luis Miguel), se pueda graficar realmente la dimensión de lo que se intenta explicar. Porque esa fue la relación que unió a Abdón Porte y el Club Nacional de Football: una bella y trágica historia de amor con el equipo tricolor.

“Es la historia de un amor
Como no hay otro igual”

Sobre su nacimiento sobrevuela un halo de misterio tan grande como su leyenda; un rompecabezas al que le faltan varias piezas. Se cree que nació en 1893, en el Departamento de Durazno, en el centro mismo de Uruguay, en el seno de una familia extremadamente humilde. Lo cierto es que nunca se obtuvo la partida de nacimiento, ni tampoco ninguna documentación que pueda acreditarlo, aunque esa fecha quedó marcada casi como una verdad absoluta. Su niñez y los primeros años de su vida son una hoja en blanco, una huella imposible de seguir. Su Big Ben con el fútbol se data en 1909: según los registros oficiales de la Asociación Uruguaya de Fútbol, el primer equipo que defendió fue Colón F.C. y al año siguiente pasó a Libertad F.C. Si bien no fue un jugador particularmente destacado durante esos años, jugando de back (una especie de zaguero), siempre demostró mucho carácter y personalidad, cualidades que serían su marca, su sello personal. Durante su año en Libertad compartió equipo con Alberto Foglino, con quien lo unía el mismo sentimiento: eran devotos de la “religión tricolor”.

En 1911, luego de varias y durísimas elecciones, asume como presidente de Nacional una figura absolutamente gravitante e influyente en la vida del club: José María Delgado, quien hasta hoy es el presidente con mayor cantidad de años de mandato en la historia (1911-1921 y 1929-1932). Delgado era médico, político y poeta. Su corriente democratizadora pretendía un club más popular, no tan aristocrático, por lo cual impulsó la llegada de jóvenes con orígenes humildes. El club no atravesaba un buen momento: no  tenía un plantel demasiado competitivo, no ganaba la Copa Uruguaya desde 1903 y aún se estaba reponiendo de una tragedia que enlutó a todo el país: Carlos y Bolívar Céspedes (ídolos de Abdón y glorias tricolores) habían fallecido en 1905, víctimas de la viruela, enfermedad incurable en esa época. Gracias a esta apertura, Porte pudo cumplir su sueño, el anhelo de su vida: sentir arriba de su piel la camiseta de Nacional.

“Que me hizo comprender
Todo el bien, todo el mal”

Su debut en Nacional fue el 26 marzo de 1911, con una victoria por 2 a 1 ante Dublín. Comenzó jugando de back en la primera temporada y, ya en la segunda, se desplazó a la mitad de la cancha para jugar como centro half. Ese cambio sería vital para el equipo, pero fundamentalmente para él. A partir de ese momento, el círculo central sería su hábitat natural, su lugar en el mundo. El centro del Gran Parque Central se convirtió en su segunda casa, donde transitaría los momentos más felices de su carrera, pero también el que sería el escenario más trágico de su vida. Por ese entonces, Abdón ya no era Abdón: todos lo conocían como el “Indio”. Jugaba con fiereza, con un despliegue físico pocas veces visto en esa época. Era una muralla imposible de derribar, con un juego aéreo excelente, gracias a su altura (1,85 metros) y su físico potente, vigoroso. En sus pies morían los intentos rivales y nacían los propios. A pesar de su escasa formación cultural, era un futbolista que entendía muy bien el juego, con una pasmosa inteligencia. Su entrega, sacrificio y caballerosidad dentro de la cancha eran proporcionales a su comportamiento fuera de ella.

“Abdón encontró en Nacional, pero fundamentalmente en José María Delgado, a una persona especialmente dedicada a cuidar y a mejorar continuamente las condiciones personales de todos y cada uno de los jugadores del club, ya sean físicas, culturales o económicas”, dice desde Montevideo Gonzalo Forte Rodino, presidente de la Comisión de Historia y Estadística del Club. “En aquella época, era normal que los dirigentes se preocuparan por que los jugadores tuvieran resueltas sus necesidades básicas, con algún trabajo que les permitiera desarrollar su actividad deportiva. A Porte se le consiguió empleo en una droguería. Lo unía una relación de profundo cariño y respeto con Delgado”, agrega. La gente adoptó al Indio Abdón rápidamente como uno de sus preferidos. Lo sentían cercano, como uno de ellos, los representaba de la mejor manera dentro de la cancha, como también lo hacía Prudencio Miguel Reyes, el primer hincha de Nacional. Paréntesis. Su historia es digna de contar, entonces, adelante.

Reyes era el utilero del club. Debido a su oficio de talabartero tenía mucho conocimiento  del cuero, por lo cual su labor principal era la de “hinchar” los balones; era conocido como el hinchador. Como en aquella época no existían los infladores, debía hacerlo a fuerza de pulmón. Prudencio era un hombre corpulento, con manos muy grandes, que lo ayudaban a cumplir una tarea que requería un esfuerzo físico importante. Lo hacía con mucha responsabilidad y empeño. Estaba orgulloso de pertenecer al club de sus amores. Pero era mucho más conocido por una característica fundamental: se paraba al borde de la cancha y alentaba a los jugadores de Nacional durante todo el partido, con un vozarrón inconfundible y una pasión desmedida, por lo que su figura resaltaba y contrastaba con el resto de la afición. Poco a poco, la gente comenzó a preguntarse quién era ese hombre que gritaba a garganta encendida. La respuesta era simple: “Es el gordo Reyes, el que hincha los balones, el hincha de Nacional”. Su comportamiento fue ganando adeptos, tanto en la gente de su club como también en la de los rivales, que adoptaron una nueva forma de ver y sentir el fútbol. A partir de allí, nada fue igual. De esa manera, Prudencio Miguel Reyes quedó grabado para siempre como el primer hincha de Nacional. Deber cumplido. Ahora, seguimos con Porte.

“Siempre fuiste la razón de mí existir
Adorarte para mí fue religión”

Con el correr de los partidos, Abdón se convirtió en subcapitán (el capitán era su amigo Alberto Foglino, el mismo con el que había jugado en Libertad F.C.), pero siempre fue el alma del equipo; su referente máximo, el líder espiritual. Nacional comenzó a transitar uno de los períodos más gloriosos de su historia, comandados por un guerrero incansable, que guiaba a sus compañeros, lanza en mano, desde su trinchera: el centro del campo del Gran Parque Central. Su figura se agigantaba en las difíciles, en los momentos cruciales, en las que duelen: los partidos en los que mejor desempeño tenía eran las finales y los clásicos contra Peñarol. Su corazón latía distinto, engrandecía su leyenda. Justamente en un partido contra el clásico rival, el 27 de mayo de 1917, sufrió una grave lesión en una de sus rodillas a los 10 minutos del primer tiempo. Le recomendaron dejar la cancha, pero su temperamento, coraje y solidaridad no lo permitieron. Jugó el partido hasta el final (incluso el alargue) sin medir consecuencias, exigiendo su físico hasta el límite, lo cual agravó su lesión. Era un jugador casi infaltable en la formación tricolor. Entre 1911 y 1917, Nacional disputó 227 partidos, de los cuales Porte, hasta el momento, había jugado 206. Defender esos colores era la misión de su vida.

Estuvo cerca de un mes fuera de la cancha. Nacional sintió la falta de su caudillo: perdió varios partidos y el título parecía alejarse. El Indio volvió al equipo pero se notaba que no era el mismo. Su lesión no le permitía moverse con soltura y él lo sabía. Con el transcurso de las fechas su rendimiento nunca pudo asemejarse al de sus tardes épicas, aunque convirtió algunos goles para demostrar (o demostrarse) que su fuego sagrado aún seguía intacto. En noviembre de 1917, Nacional se consagró campeón de la primera Copa Uruguaya en propiedad, un hecho histórico hasta ese momento, luego de un empate 0-0 en un clásico contra Peñarol, en el Parque Pereyra. Como era su característica en este tipo de encuentros, su rendimiento fue muy bueno. Ese fue, tal vez, el hito deportivo más grande en la vida de Abdón y uno de los más importantes de la historia de Nacional. También ese mismo año fue parte del equipo campeón de América con la Selección de Uruguay.

“Que le dio luz a mi vida
Apagándola después”

Abdón tenía un deterioro muy importe en la rodilla. Nunca pudo recomponerse. En aquellos años, una lesión de esa magnitud significaba solo una cosa: no poder jugar más. Cayó en una depresión muy grande, brutal. Según las crónicas de esa época, los mismos compañeros de Abdón lo habían escuchado decir en reiteradas oportunidades que “el día que no le pueda pegar más a la pelota, me pego un tiro”. Sabía que no iba a poder defender más la camiseta que tanto amaba. El 3 de marzo de 1918 disputó su último partido, contra el Charley, el juego 209 con los colores de Nacional (ganó 18 títulos allí). Su rendimiento fue bastante pobre, sin punto de comparación al de sus días gloriosos. En la tarde noche del 4 de marzo, Abdón fue a visitar a su hermano mayor, Juan, quien llevaba adelante el emprendimiento del tambo familiar.

–Juan, no puedo más… la rodilla me quedó dura y así no puedo seguir jugando, por lo que me vengo a despedir porque me voy a pegar un tiro…
–Pero “Indio”, ¿qué decís? A Nacional se lo defiende de muchas maneras: jugando o cortando el pasto del Parque Central. Además, lo de la rodilla lo podemos recomponer, ya tengo arreglada la carreta con ese caballo que a vos te gusta tanto. Nos vamos para la playa y con los baños de agua de mar vas a ver que te recuperás, dale tiempo nomás.  

Juan se quedó tranquilo. Estaba seguro que sus palabras habían convencido a Abdón. Al día siguiente recibiría una noticia que lo cambiaría todo.

“Ay qué vida tan obscura
Sin tu amor no viviré”

En la madrugada del 5 marzo, el Indio tomó unas copas con unos socios en la cantina del club y, luego de retirarse, esperó en la Avenida 18 de julio el tranvía número 52, que lo llevó al barrio de la Unión. Dentro suyo tenía bien claro el destino: el Gran Parque Central. Entró al estadio, caminó por última vez por el césped, el mismo que tantas veces regó con su sudor, y frenó en la mitad de la cancha, específicamente en el círculo central. No podía ser de otra manera. Ese lugar le pertenecía, fue el escenario de sus grandes batallas, donde combatió con orgullo y defendió con cuerpo y alma lo más preciado de su vida: la camiseta de Nacional. Sacó un revólver de la solapa de su saco, se arrodilló ante las tribunas vacías, en el silencio absoluto de la noche, apuntó al corazón y apretó el gatillo. Durante las primeras horas de la mañana, Severino Castillo, el canchero del estadio (a quien también llamaban Indio) encontró el cuerpo de Abdón. Junto con él habían dos cartas: una dedicada a su familia y la otra al presidente José María Delgado. Ambas fueron entregadas. La dirigida a su familia nunca se hizo pública; la destinada al dirigente se dio a conocer:

“Querido doctor don José María Delgado: Le pido a Ud. y demás compañeros de Comisión que hagan por mí, como yo hice por Uds.: hagan por mi familia y por mi querida madre.
Adiós querido amigo de la vida.
Abdón Porte

En la misma carta también se despedía de su club, de sus colores, de su vida, de su gran amor, con unos versos que son una especie de mantra para cualquier hincha bolso:

“Nacional, aunque en polvo convertido
Y en polvo siempre amante
No olvidaré un instante
Lo mucho que te he querido
Adiós para siempre
En el Cementerio de La Teja, con Bolívar y Carlitos”

Se estima que Abdón Porte tenía entre 25 y 26 años al momento de su suicidio. Con su  última frase quiso quedar perpetuado e inmortalizado en la historia de Nacional: pidió que lo enterraran junto con sus ídolos, los hermanos Céspedes, eternos gladiadores. En una época en la que el mundo estaba comenzando a salir del romanticismo, a principios del Siglo XX, el honor era una cualidad innegociable.

“Abdón Porte fue una persona absolutamente romántica, en el mejor sentido del concepto. Fue encaminando y captando la realidad de la vida, según esos principios donde lo único trascendente era el club de sus amores. Ese romanticismo, hoy en día, prácticamente no existe”, rememora Gonzalo Forte. Semanas después de su muerte, Abdón se hizo cuento en la pluma de Horacio Quiroga, dramaturgo uruguayo, que escribió “Juan Polti, half-back”, una especie de alter ego de Porte, en la que narra una fábula muy similar a la del Indio. Quiroga tenía una relación de amistad con el presidente Delgado, quien seguramente le contó la historia, la cual sirvió como fuente de inspiración. Muchos años después, Eduardo Galeano (otro hincha bolso) publicó su libro “El fútbol a sol y sombra”, en el que se refiere al Indio en algunos párrafos: “Abdón Porte defendió la camiseta del club uruguayo Nacional durante más de doscientos partidos, a lo largo de cuatro años, siempre aplaudido, a veces ovacionado, hasta que se le acabó la buena estrella”, comenzaba su relato.

Una de las tribunas del Gran Parque Central lleva su nombre. Justamente, la tribuna la popular. Allí, habitualmente, se puede ver una bandera azul, con una franja blanca en el medio, que lleva una leyenda escrita en rojo, con solo 5 palabras, suficientes para representar el sentir de su gente: “Por la sangre de Abdón”, se puede leer al lado de un retrato con su rostro, en el que está peinado prolijamente, vistiendo saco y corbata. Esa imagen se convirtió en un ícono de lucha, de perseverancia, de sacrificio, de amor por los colores, que se recuerda todos los 5 de marzo, en cada aniversario de su muerte. “Se encuentra en el podio de las grandes leyendas del club. Y se encuentra en él por derecho de conquista. Representa el ejemplo de las figuras épicas deportivas, constituyendo un verdadero arquetipo que representa el sentir de todo el pueblo tricolor y también de todo el país –agrega Forte–. No tengo dudas que Abdón Porte representa el máximo posible de la entrega a una idea o un sentimiento: dio su vida. La relación de la hinchada con él es simplemente de total idolatría, respeto y devoción a su memoria”.

Sus caminos nunca podrán separase. Van tomados de la mano, con los dedos entrelazados con fuerza, sin soltarse ante nada ni nadie. Como lo hacen los enamorados. Porque al fin y al cabo, la relación de Abdón Porte y el Club Nacional de Football es, simplemente, la historia de un amor.





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