Por decano.com
13 Nov 2013
Antonio

Antonio Pérez es un español, hincha de Nacional, como muchos. Pero tiene una historia de vida como pocas.

Conocimos a Antonio la víspera de su cumpleaños número ochentaicinco. Este encantador sevillano tiene una historia que lo liga fuertemente al Decano. Llegado a Uruguay en 1951, su único documento, durante años, fue el carné de socio del Club Nacional de Football.

Cuando nos enteramos de la historia de Antonio Pérez no tuvimos dudas que debía ser compartida con todos los bolsilludos. La suya es una vida emocionante, un relato cautivante y sin desperdicio, que no hay mejor manera de contar, que en primera persona, por lo que les dejamos a continuación las peripecias de Antonio, desde los Pirineos al Río de la Plata, narrada de su propia boca.

¡Vive le France!

Era la época de Franco, en donde el servicio militar era obligatorio -yo no estaba muy conforme- pero tuve la fortuna de que me tocó hacerlo en Puigcerdá, un pueblo pequeño en los Pirineos. Desde allí veíamos pasar el ferrocarril de Francia y divisábamos las cúpulas de la iglesia. Fue así que con otro compañero decidimos fugarnos a Francia. Sabíamos que, de todos modos, cuando dejáramos la "mili" no íbamos a encontrar trabajo. ¡En aquellos años no había ni qué comer! La posguerra fue muy difícil en España.

Ya tomada la decisión, cruzamos hacia Francia -se nos hizo mucho más duro de lo previsto, nos llevó varias horas hacer el tramo hasta la frontera. La aventura fue corta, al no tener documentación, nos devolvieron. Resultado, un mínimo de cinco años de prisión militar por deserción y posteriormente la obligación de finalizar el servicio. Fuimos a parar al calabozo del cuartel, donde estuvimos aproximadamente un año, hasta que se presentó una nueva oportunidad de escapar, junto a otros dos presos. Entonces la emprendimos contra el techo, que, al ser de pizarra, era lo único que podíamos vulnerar.

Escapamos. Vuelta a Francia. En esta ocasión el gendarme nos preguntó "¿traen documentos esta vez?". Ante nuestra negativa vino la sentencia "están fritos, los tengo que deportar nuevamente" y a continuación, la esperanza: "tienen una solución. Alistarse en la Legión Extranjera. Después de firmado el contrato, no los pueden tocar". Ni que hablar que fue lo que hicimos.

Como el Uruguay no hay

La extensión del contrato era por cinco años. Durante el período de instrucción, que era de tres meses, no nos estaba permitido salir del cuartel. Llegamos al Cuartel General y nos encontramos con que el Capitán era un español, refugiado de la guerra civil. Entre los cinco asignados a realizar el curso de cabo, habíamos tres españoles más. En una ocasión, uno de ellos -que había sido oficial de la guerra contra Franco, había escapado y vivido en Buenos Aires, Montevideo y México-nos dijo"muchachos, el mejor país del mundo, es Uruguay. Allá nadie te pregunta quién eres, no te detienen como en Francia que, muy amablemente te dicen "Bonsoire Monsieur, les papiers s'il vous plaît" y, si no los tienes, a la comisaría. Allá en Uruguay nadie molesta a nadie".

La fuga continua

Era un viernes. El lunes comenzaban los cursos para cabo, uno de los compañeros propone: “¿si nos vamos? “La respuesta fue unánime "nos vamos". Salimos de paseo por la ciudad, tiramos el quepis y la corbata y emprendimos el viaje en carretera desde Orange. Caminábamos a la noche y nos ocultábamos durante el día. Tres días nos llevó el viaje para llegar al puerto. Nos quedamos ahí, durmiendo cómo y dónde podíamos hasta que nos detuvieron a raíz de una denuncia de un argelino. Le dijimos a la policía que éramos marineros españoles que habíamos perdido el barco, pasamos a juez y nos sentenciaron a un mes de prisión por vagabundancia. Al salir de prisión, no nos quedaban muchas opciones. Permanecer en Orange no era una, allí había un cuartel de la Legión y no iban a tardar mucho en descubrirnos. Rondando el puerto, nos percatamos de la presencia de un camión que abastecía a un barco recién arribado.

Notamos que un grupo de estibadores moros descargaba listones de madera del camión y los subían al barco. Ahí mismo tomé la decisión de seguir a los moros, a pesar de las advertencias de mis compañeros, me acerqué al camión, cargué un paquete al hombro y subí al barco. Seguí hasta la bodega, pero en vez de bajar, me adentré en el barco. Me topé con unas canastas de pan ¡con el hambre que tenía! me guardé varios entre la ropa y me dirigí hacia las calderas, para esconderme entre el carbón y la leña, como había visto hacer en las películas. Aquello estaba inmaculado, el barco era a gasoil y no había un sólo rincón sucio ni posibilidades de escondite. Volví a subir y me encontré con un señor que, por el tabaco que portaba, deduje que era español. Nos quedamos de charla hasta que se hizo la hora de partir el barco, y yo con él. Abajo en el puerto quedaron mis amigos, compañeros de esa aventura. Fue un dolor muy grande la separación.

A la conquista de América

Yo dormía en cubierta y comía lo que me acercaban otros pasajeros. Era agosto, pleno verano, así que no había inconveniente. Cuando comenzaron los fríos me refugiaba en un bote salvavidas. Toda la travesía estuvo cargada de situaciones extrañas. En una oportunidad, un catalán que viajaba en el barco y con quien había entablado amistad, me alertó de que había grupos de gente que, para distraerse, ayudaban a los mozos en las tareas de servicio. Bajé al comedor y me dirigí a un camarero para ofrecerle mi ayuda. Ahí quedé. El camarero, agradecido, me invitaba a beber en la cantina, me compraba cigarrillos e incluso me dio un juego de vestimenta del que usaban los mozos para servir. Ante esas muestras de preocupación y gentileza, me vi en la obligación de confesarle mi situación. No quería comprometerle y por lo tanto, pasados algunos días le hice saber que estaba viajando como polizón. Nuevamente Pedro -que así se llamaba el camarero-tuvo un gesto de grandeza.

Habló con un paisano suyo, encargado de los dormitorios en tercera clase y me consiguieron un lugar. No tardó mucho en correrse la voz entre los pasajeros de que yo viajaba como polizón. Me compraron cepillo y pasta de dientes, antisudoral, me dieron camisa, corbata y hasta un saco. Inolvidable.

Joaquín, el Mercado y la Olímpica

Llegados a Montevideo, uno de los compañeros de la travesía, un valenciano que traía unas cosas para su sobrino, me lo presentó. Esa primera noche en Montevideo la pasé en la casa del recién presentado, Joaquín. A la mañana me despiertan unos gritos "¡Uds. están locos! ¡Cómo van a meter en la casa a un polizón de barco escapado de la "mili"!". Obviamente me di cuenta que era por mí, por lo que decidí dejar la casa. Luego de lavarme, me apersoné al tío de Joaquín -que era quien estaba tan lógicamente alterado- y le dije "Sr. anoche su sobrino me invitó a pasar la noche. No quiero que por mi culpa se genere ninguna discusión familiar, por lo tanto, en este momento me retiro y les agradezco su hospitalidad”. Fue verme y cambiar su actitud. Yo era un joven de 22 años, que aparentaba menos. Rubio y seguramente con cara de susto. "No" me dijo el hombre "yo me imaginaba otra clase de persona, puede quedarse aquí". Así comenzó mi primera mañana en Montevideo.

Luego de algunos días, me acerqué hasta el Mercado del Puerto y me puse a observar los movimientos. Me llamó la atención una fiambrería grande, entrando por Pérez Castellano, donde ahora hay una parrillada. Vi un hombre de gorra y bigote canoso, con pinta de gallego, y me dije "éste debe ser el dueño". Me acerqué y le pregunté "¿Usted es el dueño? ¿No precisa un empleado?", me miró y a su vez preguntó “¿cuándo quieres empezar?", "ahora" le dije. De inmediato llamó a un muchacho para que me acompañara a comprar un saco blanco "porque ya va a empezar a trabajar". Ése fue mi primer trabajo aquí. Me acuerdo que el dueño vivía en la calle Piedras, por frente del Mercado y los empleados almorzábamos y cenábamos en su casa.

Ya estaban creados mis lazos con Uruguay, lo que no tenía era una documentación que acreditara quién era. Aquel muchacho -sobrino del dueño de la fiambrería- con el que había ido a comprar el saco blanco para comenzar a trabajar me sugirió "Antonio, aquí en la calle Lavalleja está la sede de Nacional, por qué no vas y te asociás. Así vas a tener al menos un registro". Ya hacía un tiempo que había empezado a ir al estadio con ellos a ver a Nacional. El primer domingo luego de mi llegada a Montevideo ya me encontró en la tribuna alentando a Nacional. Toda la familia, excepto el gallego, mi patrón, eran tricolores. Y ahí quedé yo, enganchado a ese sentimiento. Desde ese momento, abril de 1951 soy socio y ése fue mi único documento por varios años. No puedo dejar de relatar el intento del gallego Márquez, mi patrón, por hacerme hincha de Peñarol. Según él no podía ser hincha de ese "cuadro lavado" -lo decía por Nacional- "tiene que venir conmigo a ver a Peñarol". Y fui.

Fuimos a la tribuna Olímpica a ver Peñarol - Wanderers ¡Se armó un lío! En Wanderers jugaba de “centrojás” un tal Vázquez. Un negro enorme. Se dieron con todo él y Obdulio Varela, fue una pelea generalizada. "¿Márquez, éste es el cuadro del que me quiere hacer hincha?" le dije, "para eso voy al boxeo". No tuvo argumentos para refutarme.

Nacional en el corazón

Los recuerdos y anécdotas de Antonio Pérez se siguen desgranando. Historias que arrancan en la década del 50, el asombro de ver jugar a "Patesko" Ambrois, "Ciengramos" Rodríguez, el gol de Celio tras la peinada del "Marqués" Sosa que sirvió para dejar a Peñarol fuera de la Libertadores, la indignación que le produjo la habilitación de Pedra, Linaza y Spencer para defender a los aurinegros, los hijos, a quienes les transmitió su amor por estos tres colores, las Libertadores y las Intercontinentales. Su orgullo de calzarse la camiseta tricolor y sumar alguna copa de bowling para las vitrinas de la calle 8 de Octubre, la lluvia de cascotes sobre el ómnibus en La Plata en aquella primera final contra Estudiantes. Una vida unida a Nacional, la institución que lo afilia, le reconoce un nombre y le permite comenzar a forjar un futuro, también plagado de historias emocionantes.

La hora larga que compartimos con Antonio fue un vaivén de sensaciones. Una vida de película con un protagonista de lujo, el Club Nacional de Football.

Entrevista: Ernesto Flores
Fotos: Juan Pablo Flores

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