Noche brillante

Llegan despacio, son muchas y mientras tanto el cielo desconfiado las mira con recelo.

Están guardadas en las mochilas o en los bolsos, en los bolsillos o en las manos. Van volando montadas en los pies atraídas por la luz del viejo predio, van juntándose en un mosaico enorme y sin huecos.  Ese mosaico enorme al que nadie tuvo que arengar desde afuera, ese mosaico que se va rellenando de a trocitos y sin descanso.

Afuera la irracionalidad del ser humano golpea. Adentro la celebración parece querer salirse de ese mundo. Entonces se enciende una y otra y otra y de repente son miles y mientras el cielo esconde sus estrellas con un poco de vergüenza,  miles de luciérnagas que llegaron atraídas por la luz de un sentimiento inigualable se van encendiendo sobre el viejo predio. Algunas titilando, otras fijas. Pequeñas estrellas danzantes. Juntas son más que las estrellas.  El viejo predio brilla, brilla literalmente.

Las luces tecnológicas se prenden con las del corazón y el grito también se hace luz en la noche. Un grito que fue gol, un gol que fue grito, una luciérnaga prendida en una cabeza que cabecearon todas las luciérnagas.

Después descansan un rato mientras los corazones laten acelerados  y cuando el minuto final llega por fin a su fin, se inflaman de nuevo entreveradas con los abrazos acá y allá.

Si alguna luciérnaga se embobeció y no brilló como debía por querer hacer espectáculo propio, que se corra y busque otro lugar.  No la necesitamos, precisamos que nuestras luces brillen juntas y tan fuertes como estuvieron anoche. Tan juntas y fuertes, así como llegaron volando sin necesidad de que nadie les ruegue o las anime, unidas las miles de luces en una sola luz tan fuerte que algunos tienen que taparse los ojos y quieren destruirlas porque, como en la vieja fábula de la luciérnaga, simplemente no soportan verlas brillar.

Cecilia810